Nuevas veredas

 


Nuevas veredas

©por Abdel Hernández San Juan

Caracas

 

  La Primera Bienal Dimple 15 años, más allá de los comentarios de pasillo, representa la posibilidad de abrir una lectura diferente del imaginario visual de las artes plásticas venezolanas. “Video Cruz 1492” es el título de la primera pieza que me llamó la atención en esa singular muestra de la Fundación Calara en el Ateneo de Valencia. Se trata de una cruz inmensa que nace en el piso y se proyecta por encima de la cabeza del espectador, inclinada, como si fuera a caerle encima. La paradoja es que la cruz, símbolo usualmente restituyente de lo cotidiano y que convierte los iconos más ordinarios en imágenes sacras, está irónicamente realizada en ese tipo de maderas que se usa para transportar objetos frágiles, especialmente para el embalaje de obras de arte. 

  En el mismo centro de la cruz, la artista Nela Ochoa nos presenta un video autobiográfico donde se proyectan, mediante imágenes retroactivas, escenas relacionadas a la voluntad de una niña que se descalza para salir a la arena a reconocerse en el agua. Me interesa destacar con esta obra la existencia en Venezuela de creadores que si investigan, sin prejuicios, planos de profundidad psicológica y que reclaman del receptor algo más que la contemplación conformista y el disfrute estético. Esta idea de un espectador activo constituye, después de los cambios en los años cincuenta y entrados los sesentas en el manejo social del arte, una de las pocas brechas, bastante escuálida, por cierto, que le quedaron a la plástica para reclamar un contacto influyente y enriquecedor con el entorno cultural.  

  Hablo, por supuesto, de ideas retomadas infinidad de veces por la historia del arte en las últimas tres décadas, sobre todo después que mermaron los deseos transformadores de la primera vanguardia. Sin embargo, dentro de la Venezuela de hoy donde, a todas luces se está privilegiando el arte de salón y caballete, relajante y de influjos filosóficos orientales, no parece descabellado llamar la atención sobre esta generación que emergió en los ochentas con aires de reflexividad. 

 Todo esto siempre y cuando estemos hablando de una participación compleja que involucra que las obras se refieren a las expectativas y prejuicios del receptor de la obra y no de aquella participación lúdicra y recreativa que tuvo su boom con los cinetismos de época pasadas.     

  Confirmaron mi intuición sobre la existencia de una plástica en consonancia con los impulsos de la semiótica más que de la estética tradicional las obras de Ricardo Benaim, “Cascada” de Félix Perdomo; “La Autopista del Conocimiento hacia la Sabiduría” de Carlos Quintana; “Ozono” de Oscar Machado; “La Vaca Mariposa” de Nelson Garrido; Liebesgardem” de Carlos Sosa, “Sastre”, de Alexander Apóstol; la obra de Héctor Fuenmayor y la de María Cristina Carbonel, entre otras. “El Martirio de San Bartolomé” es una obra imponente de Francisco Bugallo que, si bien se regodea en la retórica de los materiales lo hace sin ingenuidad. 

  Esta forma de regresar a la pintura en una actitud evocativa, parodiando con cierta distancia instructiva las atmósferas premodernas y de los primeros modernismos clásicos, adentra a Bugallo en una lógica contemporánea cuando retoma o remeda las imágenes de la tradición. Si se regresa a la pintura es porque no siempre se estuvo en ella, el artista es consciente de que ya la cultura no nos permite acercarnos a la tradición como si estuviéramos en el romanticismo y nos entrega una pintura de la pintura más que una pintura idealista entusiasmada en reflejar el mundo. Otra operación parecida, aunque más explícitamente posmodernista en sus desplazamientos, es el juego transformador que presenta Margarita Escannone al reseñar, con todo el toque de la época, el retrato de Enrique VII, la obra “Rembrandt” y “El Joven Escultor  

  En los dos casos se reproducen aquellas atmósferas con toda su carga nostálgica, pero mediante efectos fotográficos que artificializan e incluso frivolizan intencionalmente el escenario. En el caso de estos dos artistas, Bugallo y Escannone, si estamos ante claves morfológicas que se inspiran en la estética tradicional, pero que, sin embargo, evidencian con sinceridad el carácter contemporáneo y crítico de su regreso al adorno, al color, a los efectos especiales, etc. La obra de Félix Perdomo está formada por series continuas de fósforos reales que ya han sido incinerados por el efecto del fuego. Este es un juego tautológico cargado de alusiones telúricas y semióticas. 

   Los fósforos han sido quemados por el efecto de su propia función, producir el fuego, y el receptor, que no es invitado al ritual destructivo, sólo recibe la huella de una acción que ya se produjo. Es a esto a lo que llamamos un signo indicial, una metonimia en lingüística; el receptor, al ver el efecto producido por el humo sobre la superficie del cuadro, rememora la imagen del fuego. Y para afirmar aun más la idea de una profundidad semiótica, nos encontramos con el título “Cascada”, ósea, agua en posición de caída.   

  En la obra de María Cristina, Cristo nos dice “amen dico vobis quia vnus vestrum” que significa “alguno de ustedes esta noche me va a vender al mejor postor”, y después, mediante un quejido recogemos la frase, uuuuussss. Las dos fotografías de Carlos Sosa evidencian el empleo de un recurso parecido al presentarnos el siguiente texto: una pieza desprendida de su contexto será tan oscura como una página arrancada de un libro. Con semejante texto el artista revierte la ya clásica idea de Duchamp con los ready mades de que un objeto extraído de su contexto cambia su significado original. Lo curioso en esta operación textual reside en el énfasis de que, aunque el significado identificatorio del objeto varia, la huella de su realización queda fijada como una energía de la que el objeto se hace portador; el objeto abandona su referencialidad funcional, más no deja de hablar de su guarida, su hogar y receptáculo espiritual. 

   Como ya he insinuado, cuando hablamos de planos de profundidad estamos haciendo referencias a la gramática de la obra, a ese hecho inconmensurable de que la obra, a despecho de los motivos que le dieron existencia, axiomatiza el mundo de cierta manera, organiza el caos creando ella misma mundos. No se trata de que la obra de arte se dirija a la sociedad como desde una tribuna; se trata de que la obra es social por dentro, es ella misma sociedad desde el instante en que es llamada obra de arte. En este sentido, reitero, me ocupa mostrar que, a diferencia de lo que muchos piensan cuando dicen que el arte que se preocupa por el receptor es más superficial y menos orgánico, este arte que se desarrolla en planos de profundidad activos es más consecuente, sin por ello ser más o menos valioso, con el deseo inconfesado e inmanifiesto de muchos artistas de comunicarse con el otro. Es en este ambiente que también me interesaron las obras de Nelson Garrido y Oscar Machado. La obra “Ozono” de este último recrea el ambiente de la sala con un lirismo filosófico muy particular; pareciera que el artista proyecta su voz desde dentro de la naturaleza misma, como si hablara con el silbido natural de los constreñimientos físicos, de las calcinaciones y las galvanizaciones. Sin elogios inflacionarios ni resentimientos inconfesados, es posible hacer lecturas de la plástica venezolana que nos ayuden a aflorar en un dialogo más profundo, las incertidumbres y los acaeceres de esta, nuestra compleja contemporaneidad

Abdel Hernández San Juan 

Caracas, Venezuela 

Artículo Publicado en el Diario Economía Hoy 

Pagina Especial de Culturales 

Ilustrado con la Obra de Nela Ochoa “Video Cruz 1492” 

Miércoles 23 de Junio de 1993 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

An scriptural reading